Bienvenidos a la página inicial de Francisco de Hollanda, autor del tratado De la pintura antigua concluido en 1548 y complementado en 1549 con el breve tratado Del sacar por el natural, escrito después de un largo viaje a Italia.
Este trabajo, cuya introducción proponemos, asume el reto de la traducción crítica al italiano moderno del tratado y, más en detalle, del comentario crítico del texto y su comparación con los textos de arte del siglo XVI, según los temas más recurrentes—artista, color, diseño, gracia e invención— para dilucidar que Francisco de Hollanda asimiló los dictados de la cultura humanística y los adoptó como propios con un estilo original, anticipándose, en cuanto al uso de imágenes sacras, a algunos de los tratadistas más conocidos.
La introducción incluye el prefacio© de Mauro Lucco, Catedrático de la Universidad de Bolonia.
La obra ha sido editada por Silvana Editoriale a la que agradecemos su permiso para proponeros el prefacio.
Francisco de Hollanda es, junto con Vasari y Condivi, uno de los « biógrafos autorizados» de Buonarroti. Artista que durante su larga vida se dedicó a transmitir meticulosamente una cierta imagen de sí mismo, incluso a quienes a su vez,la custodiaron y transmitieron. El esquema iniciado en vida fructificó perfectamente con la edición Giuntina del opúsculo «Eseqvie del Divino Michelagnolo Bvonarroti» durante las exequias celebradas en Florencia en 1564.
El tratado de Francisco de Hollanda está compuesto por tres libros. El primer libro, además de ilustrar el carácter universal de la historia del arte greco-romano, afronta abiertamente los temas del debate artístico del siglo XVI: el papel alfabetizante y propagador de las imágenes sacras (Propaganda Fide), el aspecto demiúrgico de la invención en la difícil y, en ocasiones, tormentosa elaboración de la obra de arte, el don divino de la gracia, la afirmación del diseño como género artístico en sí mismo, es decir, una herramienta para permitir el diálogo inmediato entre el pensamiento, la fuente de la obra de arte— como proclaman con insistencia los tratadistas y artistas— y su materialización en obra tangible tras un riguroso proceso de decantación según la teoría platónica.
El segundo libro incluye los celebérrimos, al mismo tiempo que presuntos, diálogos del autor con Miguel Ángel, mientras que el tercer libro está enteramente dedicado al arte del retrato.
La obra no excluye amplios pasajes del género literario con tendencia al egocentrismo que Benvenuto Cellini en su biografía (I, I) aconseja sin medias tintas a: «Todos los hombres, cualquiera sea su condición, que hayan hecho algo de mérito o que al mérito, al menos, se parezca, deberían, siendo sinceros y honrados, escribir la historia de su vida por su propia mano». Incitación que, dicho sea de paso, ha tenido una difusión incesante, lacerante e inclemente según se difundía el concepto de «virtuoso» entre niveles cada vez más amplios de la esfera social.
Respetando la tradición, en el largo prólogo explica las razones que le han inducido a aventurarse en una empresa tan temeraria.
No tenemos motivos para dudar de la sinceridad de Francisco de Hollanda, aspirante teórico y divulgador de la Belleza perenne cuando revela a su soberano, Don Juan III, el carácter sempiterno del arte clásico, ya existente pero misteriosamente oculto a los lusitanos, volviendo a evocarlo en el siglo XVI con fuerzas renovadas a partir de la referencia original. Por otra parte escribió que «También podemos llamar Antiguo | a lo que se Pinta el día de [h]oy donde se sabe Pintar: que es solamente en Italia, aunque sea hecho [h]oy en este día».
Lleno de doctrina gracias al estudio de los autores clásicos y provisto de un álbum de dibujos con apuntes minuciosos de su estancia en Italia, Francisco de Hollanda ilustra a lo largo del tratado la gran consideración y honor con la que se contemplaba la pintura en la antigüedad y muestra ejemplos concretos y exhaustivos de obras greco-romanas de las que aun se puede disfrutar tranquilamente, si todavía es pertinente este eufemismo en nuestro tiempo. Gracias a ello y ayudado por su álbum de dibujos y por la proyección de la memoria que lo purifica todo, cita una serie impresionante de obras renacentistas que vio mientras deambulaba por Italia: de hecho la actualidad siempre es de índole documental.
La profundidad de su discurso, dirigido a pesar suyo a una corte desposeída y esnob —sine nobilitate— en materia artística, cuya fuerza era militar y económica pero no cultural, se difumina debido a los encuentros con personas pertenecientes a un círculo muy cerrado, incluso en Italia, donde los asuntos de su soberano en la corte del Papa le habían permitido introducirse en un ambiente privilegiado que Francisco de Hollanda, como buen oyente, frecuentó, asimiló y filtró en su tratado.
Además no percibió que su ideal artístico de pureza, al igual que la de otros, implicaba por desgracia la separación y no la conjunción y que la actuación de su aspiración unitaria, finalidad de cualquier idealismo, (utopía o revolución: para ser más exactos ambas son hijas del cristianismo), de haberlo llevado a cabo y perseguido, hubiera requerido un esfuerzo sobrehumano. Es maravilloso el oxímoron según el cual los clásicos profesan una tesis romántica mientras los románticos prefieren una clásica.
Una sociedad cambia cuando la percepción del tiempo cambia. Probablemente fue el deseo de racionalizar los mitos lo que impulsó a imponer a las distintas formas de asociación humana voluntaria la necesidad de establecer recurrencias, compilar y reformular los calendarios. La última reformulación se realizó 19 años después de que se escribiera el tratado de De Hollanda, en 1582, gracias a los deseos del Papa Gregorio XIII. A pesar de que aún no se haya extendido por el mundo la noción sincrónica del tiempo, todas las sociedades se asemejan en su deseo soberano de controlarlo todo: desde las neolíticas a las evolucionadas.
En la época del arte de Francisco de Hollanda el factor temporal no es cíclico como en los griegos, ni proyectivo como el de nuestro credo terrenal o escatológico como el de nuestra fe, sino más bien atemporal. No era fácil compartir esta visión del mundo dentro y fuera de Portugal. Por otro lado, su orden ideal, desarrollado para perdurar, es un factor mental o una categoría del espíritu que no puede habitar en el hombre. En sus esquemas mentales no hay espacio para el amor entre hombres y mujeres o para el deseo y el hombre no puede saciarse en sus fuentes, ni tampoco refugiarse o jugar con los niños.
Desde ese momento, conquista y posesión, interiorización y extrañamiento y, según Hanna Arendt «triunfo y desesperación», serían las compañeras de viaje del hombre. Con palabras más dulces, el poeta brasileño Vicente de Carvalho nos recuerda que “la felicidad está donde nosotros deseamos que esté, sólo que no recordamos dónde está”.
Paulo Villac Filho
El arte es la emanación del ser humano y cómo él atraviesa las distintas fases. Nos toca vivir un periodo neoformalista de las formas aparentes y superficiales. Deseo dar las gracias al Profesor M. Lucco de la Universidad de Bolonia por su franqueza y amistad que me han permitido separar el grano de la paja.
También deseo agradecer a Bruna, «minha nega», por haberme relevado de las tareas cotidianas manteniendo la paz doméstica, por su ayuda filológica y por el amor que me ha dedicado, consolidada con el nacimiento de nuestro hijo, la luz de mi vida.
Dedico este libro a la memoria, indeleble, de mis padres.
A este sitio, virtual por definición, se puede acceder gratuitamente, en contraste con el pensamiento especulativo dominante de nuestra época. Ruego que se respeten las costumbres inherentes a las obras creativas.
Para cualquier duda o pregunta, enviad un mensaje a paulo.villac@poste.it; será un placer responder, siempre que me lo permitan mis compromisos.
Traducción: Yolanda Varona
Autor:
Paulo Villac Filho nació en Brasil en 1959 y ha estudiado en Estados Unidos, España e Italia, donde se ha licenciado, especializado y doctorado. |